Sueño de C. G. Jung
En esta época tuve un sueño
inolvidable que al mismo tiempo me aterrorizó y estimuló. Era de noche en un
lugar desconocido y sólo penosamente avanzaba yo contra un poderoso huracán.
Además se extendía densa niebla. Yo sostenía y protegía con ambas manos una
pequeña luz, que amenazaba con apagarse a cada instante. Pero todo dependía de
que yo mantuviese viva esta lucecita. De pronto tuve la sensación de que algo
me seguía. Miré hacia atrás y vi una enorme figura negra que avanzaba tras de
mí. Pero en el mismo momento me di cuenta —pese a mi espanto— de que debía
salvar mi pequeña luz, ajeno a todo peligro, a través de la noche y de la tormenta.
Cuando me desperté, en seguida lo vi claro: era el «espectro», mi propia sombra
sobre la niebla, arremolinándose cansado por la pequeña luz que llevaba ante
mí. Sabía también que la lucecita era mi conciencia; es la única luz que tengo.
Mi propio conocimiento es el único y el máximo tesoro que poseo. Cierto que es
infinitamente pequeño y frágil frente al poder de las tinieblas, pero una luz
al fin y al cabo, mi propia luz.